I
Con esta sed que mastica piedras
el río interno me señala, me hunde a mil niveles
de una espesa superficie
inventario reciente de los ojos
instala un medio mar en las concavidades de mis luces,
la esquina y la avenida se hacen de pisadas ciegas, donde muero una vez más
y me levanto.
II
Practico el aire con alas que reparan su destino, de orilla a puerto
dejo la consistencia de un rota membrana, roto por el color
deslizo agua eterna a la sed que me devora dentro, días, noches
en el resquicio de la puerta,
no saben del remar con un espectro a cuestas.
III
El polvo se hace de cristales molidos, cerca, van ajándome la vista
que todo lo percibe y nada entiende, tengo
una cortina nublada que me impide, descifrar los signos de la noche
escuchar del otro lado, voces que piden una barca
para llegar a la orillas.
IV
De uno es el nado, tranportarse fríamente
a brazadas que cortan distancias y acerca a l mullido césped
de una tierra esperando. Mío es el silencio arácnido
reptando en mis aires me suspende, con el falso indicio
que se calla a mitad de una palabra, muda y parda
nada es palabra si no pisa las fibras internas del poema,
de la boca hacia dentro
desde dentro hacia afuera
palabra no es nada si no enarbola sus ecos por el aire
a fuerza de engullirse por un océano que transparenta larvas
diminutos paisajes y organismos que marchan en euritmia suave y lenta
palabra es todo si viene del filo más hiriente de la noche próxima
si viene sin nombre, sin alas terrestres de pájaros vacíos.
V
Vengo con una soledad que va rompiéndome las olas
rompiendo los cristales, por cada ola que se hace al vuelo de las aguas,
crepitar del viento, donde el mísero sonido se raja en ecos,
como el destino de la naranja,
partida en su jugo exacto para dar sabor a la memoria
sin oídos voy, vengo, repito el nombre con los dientes afilados,
mandíbula de tiburón que ahora cuelga de adorno en mi pared.
Vengo con lápices de cal a trazarme la inconclusa edad, sin sales
y aguas marinas que me inventen, vengo con la sed más ahogada,
con el nervio encallecido, la piel de sed se retuerce y se desgaja,
llegándome a los puntos blandos, suspendidos,
donde toda ebullición sangra de palabras, partiendo un eco de ladridos.
Mío es el rumor, mío.