DE LA FORMA VISUAL AL PENTAGRAMA DE LA
VOZ
EN LA POESÍA DE AD LIBITUM[1]
Y desde entonces soy
ciudad
sin olvidar mis
territorios.
PABLO NERUDA.[2]
El poema como la vida misma busca situarse, emerger
para estar, y en su intento de configuración encuentra en la forma lo concreto,
así, extendido en el espacio (el blanco de la página) será manifestación o
reiteración de la voz –que decide ser poesía– en términos femeninos, pues quien
lo genera sabe que un acontecer de vida y de amor por la tierra, le carcome las
entrañas del lenguaje, por eso se decide, y se decanta en las palabras que,
como ríos fluyen hacia la noción de lo eterno. Se decide incluso a ser en el
pentagrama, la vía para ser codificado. Así lo reitera la poeta juchiteca Marizela
Ríos Toledo a lo largo y ancho de Ad
libitum, su tercer poemario editado por Praxis, libro dividido en cinco
partes que tratan tópicos diversos que se van hilando uno a uno: el deseo, el
amor, la soledad, acontecidos en la trasposición de la urbe donde sobrevienen
las miradas y los pensamientos, por eso la transparencia de lo erótico se anuncia
sucesiva e insistentemente. El origen va más allá de lo previsto con la forma
visual del círculo (que es cómo empieza el transitar por este poemario), y este
círculo (abierto para ser cerrado por el propio lector) es también símbolo del
nacimiento, del óvulo fecundado, el punto y el inicio. “El comienzo despega con
el inconveniente de extraviarse en los colores. Arcoíris se entrecruzan. […]
Suena la hora. Un vistazo. Un vistazo”.[3]. Ya en la parte intermedia
del libro el placer dialoga con los ritmos y las imágenes, hasta llegar de
forma extenuada hasta el fin con el poema que da nombre al libro.
En Ad
libitum; se advierte ya una estructura concisa que va de lo visual a lo
sonoro, pasa por la raigambre de la metáfora de los lugares que proporciona el
viaje, pues en estos espacios se transparenta Santiago de Cuba, Cusco, Perú y
tantas urbanidades anónimas entre coordenadas de voces y movimientos, México de
norte a sur.
A todo esto añadiría que hay en el poemario
distintas formas, siendo lo visual lo predominante, aunque lo exquisito se
advierta en lo sonoro. Con este libro como “pentagrama de la voz” la poeta
refiere al tiempo y su nostalgia con un acento de protesta: “Lanzo al destino
por la ventana/ hecho aviones de papel/ y ahuyento la conciencia./ como
MALDICIÓN TERRIBLE!// Y/ como no soy color de rosa/ sé que son peligrosos los
amantes/ cuando se creen ¡imprescindibles!”. ("Extenuada"; p. 61). El poema pertenece a la tercera parte de las cinco anunciadas con
epígrafes concisos donde confluyen las voces de Neruda, Pavese, Sor Juan Inés
de la Cruz, Efraín Huerta y Séneca. El trasfondo intuido aquí, en estas voces, refractan
la ciudad y el cuerpo, lo máximo y lo mínimo; el cuerpo inmerso en la ciudad.
El
mayor acierto de la propuesta –a mí parecer– radica no tanto en la forma visual
sino en la exacta sonoridad transmitida in
situ, pues en esta poesía la presencia es imprescindible, ya que la emoción
que va del verso al cuerpo se vuelve legible y aporta la mayoría de deleites
que el humano frecuenta, que el lector del texto –en este caso–, de poesía,
frecuenta, y esa organicidad emocional como las pasiones precisan las posturas
del cuerpo, las posturas en la instrumentación del tiempo que contrapuntean las
intenciones del texto.
La
poeta reconstruye en su lenguaje lúdico las palabras, estas conformadas a una
red visual sustentan las preocupaciones esenciales de la vida, del episodio en
que transcurren los eventos con toda su carga de luz y oscuridad que preocupa y
genera acciones: lo visual y lo sonoro como estructura interna del poema son
llevados al acto del performance, y es aquí donde radica la originalidad de la
propuesta. A decir de Samuel Gordon, principal crítico de la poesía visual en
México, la palabra, el verso y la imagen se apoyan en un sentido mucho más
amplio, y enfatiza en cuanto a la claridad del concepto de visualidad en la
poesía llamada así: (caligramas, grafismos, escritura en libertad o poesía
experimental, visual). Lo cito:
En la actualidad, algunos poetas y
críticos consideran a la poesía visual una forma de las artes gráficas ya que
emplea tanto grafemas como selecciones y composiciones tipográficas para crear
sus morfemas, palabra o frases; otros, más apegados a su antigua tradición, la
contemplan a la manera clásica como “poemas figurados” –nótese–: grafemas ante que o más que fonemas. Su
disposición dibuja en la página el
objeto aproximado que le sirve de base referencial y es, por tanto, un poema para ser visto antes que leído”.[4]
En Ríos Toledo la consistencia del poema
visual no queda en este hecho, en la lectura visual sino que se explaya a la
ritualidad escénica del instante, al convocar los ritmos y el acto del
performance.
En cuanto a lo visual, cabría aquí la
pregunta ¿de dónde viene la tradición visual por la poesía? El mismo crítico determina
el antecedente en los poetas bucólicos griegos del siglo IV a. C., pero
determina en la poesía moderna de Mallarmé con un “Tiro de dados”, la
importancia a la página y a la configuración del texto-imagen en la misma, y
refiere que el poeta francés propone por primera vez en lo teórico la
explicación. Cito a Mallarmé:
El papel interviene cada vez que una
imagen, por sí misma, cesa, o reingresa, admitiendo la sucesión de otras y,
dado que no se trata, como de costumbre, de trazos sonoros regulares versos
–sino más bien de subdivisiones prismáticas de una idea, en el instante de su
aparición, que dura lo que su convergencia, en cierta puesta en escena espiritual
exacta–, es en sitios variables, cerca o lejos del hilo conductor latente, en
razón de la practicabilidad, que se impone el texto.[5]
Posteriormente estas ideas se extienden con
los surrealistas con Apollinaire y en las vanguardias latinoamericanas encabezadas
por Brasil en la poesía concretista, pasando por Vicente Huidobro y hasta la
vanguardia de los estridentistas en México, sin olvidar un primer acercamiento
con José Juan Tablada, y ya en el México contemporáneo con Octavio Paz, Jesús
Arellano, Raúl Renán, Víctor Toledo, entre otros. No ahondando en estos
detalles me avoco a la poesía que ahora nos reúne, es así que vemos en Ríos
Toledo, un río de sentidos que convergen también en una propuesta, protesta en
contra del silencio, así lo precisa la maestra Maricruz Patiño en el prólogo: “Todo
lenguaje es código muerto cuando se emite, la intención es tomar por asalto a
la palabra, signo y sonido en el momento de su surgimiento […] Lograr en un
instante lo absoluto, síntesis de la imagen apostando a su máximo significado”.[6]
A su vez la imagen en el texto poético funge
como la ilustración de consistencia figurativa que se desdobla para multiplicar
sentidos. Así, la forma que, como diría D. A. Dondis en su emblemática Sintaxis de la imagen. Introducción al
alfabeto visual, contiene la parte elemental del universo de las formas, y
pueden modelarse con la grafía que se construye en la palabra. En los poemas de
Ríos Toledo caben los contrastes, la saturación, la tonalidad y el estallido de
los colores y las formas. Los elementos punto, línea, plano, y los
subsiguientes frutos de las mezclas de los mismos derivan texturas, tonos, acentos
en el gran universo de las formas visuales, plásticas a fin de cuentas pues se
disparan con sus sonoridades sobre el soporte físico del papel; cito a D. A.
Dondis:
Siempre que se diseña algo, o se hace,
boceta y pinta, dibuja, garabatea, construye, esculpe, o gesticula, la
sustancia visual de la obra se extrae de una lista básica de elementos. […].
Los elementos visuales constituyen la sustancia básica de lo que vemos y su
número es reducido: punto, línea, contorno, dirección, tono, color, textura,
dimensión, escala y movimiento. Aunque sean pocos, son la materia prima de toda
información visual que está formada por elecciones y combinaciones selectivas.[7]
Las distintas combinaciones que intervienen en
Ad libitum, dejan claro que la forma
es atendida en virtud de la poética, aunque en algunos instante la rebase. Se
trata a fin de cuentas de la poética visual, sonora lo que obliga a ser mirado
como un conjunto. La forma se resuelve a partir de un contenido amplio que en
Ríos Toledo se pronuncia, pues el sonido, protagonista también de la propuesta
se ve enriquecido de una presentación del poema, especie de show, performance, interpretación,
a la manera del mejor slam poetry;[8] actitud que se expresa con las manos, con el rasgueo de cuerdas provenientes de
la forma femenina dibujada en “El guitarrista” como espacio positivo: “Los dedos
se deslizan, indagan, oscilan, tocan impecable su insomnio. Se incrustan en la
encordadura”. ("El guitarristas"; p. 107).
En el poema que abre la parte tres del
poemario, es quizá el punto de mayor clímax, me refiero a “Mujeres” la poeta
anuncia: “En el único instante del ahora/ en el nunca de todos los instantes” lo
que suele ser la emotividad de pertenecer y reconocerse como entidad femenina,
así ella denomina a su género como ”las cachorras”, “hijas”, “tramperas”, “devoradoras” y un sinfín de
adjetivos para entonar la reconciliación con la vida y la muerte a través del
elemento femenino por antonomasia, la luna.
En
“Lejos” y “Muy lejos”, por ejemplo, predominan como continente de la forma
ritmos y movimientos, que a la vez son la simulación visual de las espinas que
cubren al cactus, símbolo del desierto, del norte y por ende, de lo que está
más allá de uno: “… Canto cicatrices a los que son mis ojos, a los que son mi
son. Canto mi vestimenta de cadenilla y nopal al margen del magnífico Cosco.”
("Lejos"; p.39)
En
“Metrónomo” se sugiere una lectura a través de coordenadas que van subrayando
el final del poema: ese “clic” final de ritmo y pulsión, en la gravedad del péndulo. Las palabras sujetadas
por hilos suenan como un móvil al ser entonadas; el poema en su totalidad funciona
como mapa visual, también como partitura en la interpretación del poema:
“Metrónomo. Alma mecánica. Zum. Zum.” ("Metrónomo"; p. 31) El poema se constituye de ramificación de
sonidos, onomatopeyas para decir algo acaso elemental pero siempre cargado de
la revelación, es decir, lo que a los ojos (“en el único instante del ahora”)
se les presenta: “Tienes el borde de una decisión eclipsando medía sombra”.
Estos sonidos-onomatopeyas que dialogan con sentidos lúdicos en el lenguaje
cobran gran importancia en la página compuesta simétricamente imitando la forma
del metrónomo.
En
otros poemas el punto de arranque está en el sonido para situarse sólo en un
verso; a la poeta le bastan versos cortos para reiterar el final del poema con
sonidos, como si se tratara del sonido verdadero: plaff, clic, shhh, zzzz como
en “Deseo” donde, –insisto–, la poesía se desdobla más allá de la imagen, y es
cuerpo en movimiento, veamos: “Lumbre deleble clava replicas sucesivas./
Encima. Al interior de los cuerpos.// Incluso en el desconsuelo rechina
indecoroso.” ("Deseo"; p. 36).
El
contraste es señalado en “Amor perdido”; aquí se asume una postura combatiente,
de protesta, de inconformidad a las imposiciones del género, ya no existe como
se leería tradicionalmente en la cultura sino una denuncia de mujer a ser mujer
en libertad: “¿Amor perdido? ¡no!/ Nuestra carne, ojos, imágenes en flash/ se
atragantan y vacían/ para renovarse en otros placeres/ con más hambre más
euforia/ en la entrega cabalgante de los cuerpos.” ("Amor perdido"; 37)
En
conclusión: La poesía de Marizela Ríos Toledo, conjuntada en Ad libitum exige siempre la agilidad
lectora, la actividad y el dinamismo de los instantes en que se apoya. La
actitud poética en Ríos Toledo es contundete al decirnos: “…escarbar los
asombros” en relación a su ars poética,
pues como se menciona ya al final del libro: “En ella la poesía es un acto de
fe. Cree en el poema como organismo que no deja de moverse; en la imagen que
vincula el ser y el no ser y busca cautivar pequeños momentos, y en el hombre
que es también lenguaje y movimiento y en ocasiones alguien que no es. La
poesía entonces lo transfigura; el acometido de las imágenes causa el efecto.
Cada poema que escribe pretende la detonación en el lector oyente, en el
espectador partícipe. Lucha por ello para existir.”
Poeta Marizela Ríos Toledo. |
Texto. Víctor Argüelles. Fotos proporcionadas por la autora
[1]
Texto leído en la presentación en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, 13 de
abril de 2016.
[2]
1 de 5 epígrafes que integran las distintas partes del libro. Con ésta en específico
inicia el recorrido al reconocimiento de la entidad inmersa en la urbanidad.
[3]
Marizela Ríos Toledo, Ad Libitum,
Editorial Praxis, México 2015, p. 14. En lo sucesivo, se anotará nombre del poema y número de
página.
[4]
Samuel Gordon, “Estudio introductorio”, La
poesía visual en México, Universidad Autónoma de Estado de México, México,
2011, p. 13.
[5]
Stéphen Mallarmé, prefacio a “Un tiro de dados”, Revista Cosmopolis,
en Samuel Gordon, op cit., p. 14.
[6]
Maricruz Patiño, Prólogo a Ad libitum,
op., cit., p. 11.
[7]
D. A. Dondis, La sintaxis de la imagen,
introducción al alfabeto visual, Editorial G. Gilli, México, 1992, p. 53.
[8]
Experiencia sonora del recital en que un poeta recita su texto con distintos
elementos que competen lo teatral y lo musical. Existe toda una tradición del slam, que valdría la pena consultar para
estar informados.
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