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Por Víctor Argüelles
En No sé andar
en bicicleta, primer poemario de Rocío Franco existe un conjunto de impresiones
transcritas en la búsqueda personal de los recuerdos; resaltan una historia de
vida: trama de tiempo y espacio, porque hay un tiempo que admite ser rememorado,
y un espacio recordado, para ser devuelto en poesía. Así lo manifiestan las 26
páginas que conforman, de principio a fin, una cartografía demarcada en la
infancia y, específicamente en el fin de la infancia, donde el asombro ante
este hecho se traduce en juegos, rondas, caricaturas, golosinas y canciones
pop:
la niña mira y llora y se come los mocos
al cabo y qué si nadie la mira
ve telenovelas y espera
escucha a Rocío Durcal
y sueña con h..o..r..m..i..g..a..s..
Los escenarios
por donde transita este sentir se advierten poblados y desiertos; tal cual: la ciudad
de "rascacielos coloridos", de columpios
y basurales sirve de fondo para establecer las coordenadas de una historia
donde la circunstancia de la urbe refleja al habitante que la ocupa.
palpita en el espejo un remedo de lo que fue mi rostro,
por las cornisas deambula
el aroma humano de mis coyunturas.
en algún mosaico de este muro
grita el murmullo
de esas tardes en las que mis ojos
se posaron ahí pensando en tu mirada.
Ambivalencia y
doble sentido conforman el tono perspicaz e insolente en el modo de hacer
alusiones en primera persona. Es así que, a través de la piel sensible de las páginas
se transparenta una biografía confesa, reconocida en el acto de dar nombre a la
ausencia, de tomar las palabras como aliadas para remembrar. Poetizar a fin de
cuentas, la nostalgia:
los columpios y los parques:
los niños beben manzanita y
corren detrás de “túlastrais”,
se asoman a su ventana:
“anda, bájate los calzones,
quiero ver qué hay ahí”.
La experiencia
aquí se vuelve memorial, lamento, parodia, especulación y cuestionamiento hacia
varios puntos que giran en torno al yo lírico.
Archivo: Cuartoscuro |
El pretexto de
No sé andar en bicicleta es
justamente la referencia al yo, tangible a través de la ausencia, en una etapa de
fracturas y derrumbes irremediables en medio de un México en crisis, situado en
1985. Esta es la sensación transmitida, al reconocer una escritura que sabe
reconocerse en la entidad propia. Reconocer y auto-biografiarse, ser congruente
a la constante que recurre a la nostalgia del tiempo vuelto hacia atrás para
observar con ojos de infancia perdida. Y de ese tiempo las preguntas se erigen
como dolencias internas para recuperar, acaso el asombro, o el trasfondo del clamor:
por qué
nadie dijo que era mentira que las fiestas de cumpleaños con pastel y velitas
sólo se hacen cuando cumples 7…
En cuanto al
aspecto formal destaca la disposición tipográfica, la simulación de trazos a
manera de hormigas, el recorrido de los signos en busca de lucidez poética. El
aparente desorden destaca
también los sonidos, las onomatopeyas como suerte de ruido impertinente del niño
frente al reclamo.
tic tac tic tac
zig zag zig zag
toc
toc
toc
Franco López explora
conscientemente la visualidad como propuesta para llevar a su lector a otra
dimensión de entendimientos.
Otra
particularidad de No sé andar en
bicicleta es la ironía, dispuesta en versos rimados, ritmados en ronda infantil
de sátira elocuente:
arroz con leche me quiero casar
arroz con lágrimas me quiero suicidar
Después de la confesión, las palabras saltan: matar, cortar,
sangrar, para finalizar:
con esta navajita me corto yo
El remate a la conocida ronda de nuestra infancia,
deviene en tragedia, amparada en el tono bizarro de la caricatura.
Dos poemas que particularmente llaman mi
atención son los presentados en las páginas 14 y 23. El primero es una especie
de canto al padre, canto revestido de amonestación a la masculinidad insostenible.
El poema transmite orfandad, en sí mismo es la prueba que, el no saber andar en
bicicleta delata la carencia del guía, el hilo conductor del viaje; sin embargo,
el viaje imposible de una bicicleta roja se invierte a la posibilidad de todos los
referentes expresados por medio de la palabra:
¡dime en qué piensas,
miéntame la madre, grítame: “mala hija”, golpea en la mesa, rómpeme el hocico,
pero dime, dime quién eres eterno búfalo del silencio!
mi madre nunca me dejó
andar en bicicleta,
tú nunca me enseñaste a
pedalearla.
El otro poema es el que recuenta el
temblor de 1985. Aquí la autora no se permite jugar con la circunstancia,
implantando ironías; muy al contrario: traslada el episodio tal como lo
sentiría cualquier niño de la ciudad de México, testigo de ese momento:
a veces veía las noticias
entonces pensé
con imaginación de niño
pensé que había sido una bomba
pero fue el movimiento de la tierra
su hartazgo
sacudió toda la ciudad
dejó a todos llorando
hedía a muerto y a casas derruidas
apestaba a que algo concluía
En suma: el rompecabezas nunca se completa, siempre falta
por saber, y por lo tanto de rememorar en el hilo de la historia personal. La
autora ya lo ha señalado al concluir la página final de sus recuerdos: "siempre falta un pie, un dedo, una oreja".
Presentación de No sé andar en bicicleta |
Texto de presentación del libro No sé andar en bicicleta de Rocío Franco López leído el pasado 25 de julio de 2014 en el Centro Regional de Cultura de Ecatepec José María Morelos y Pavón.
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