José Carlos Becerra
 |
Ilustración Víctor Argüelles, tinta s/papel. |
No estaba preparado para llorar; no estaba
preparado para creer en mí,
para herrarme con el sello candente de la
libertad,
para errar mi corazón en la Ciencia,
para tocarlo todo y dejarlo todo bajo la
misma llovizna insistente,
yo también empapado por esa llovizna que cae
sobre la ciudad.
Y por lo tanto
no estaba listo para los hombres, para
tocarlos con mi palabra,
para que mi corazón los oliera sin náuseas,
adivinando los estornudos
de su propio fantasma.
Debí sospecharlo al cruzar el espejo, debí
sorprenderme,
al salir de mi imagen me vi ileso, no sentí
vidrios rotos por ninguna parte;
eso fue lo que entonces creí,
y estaba equivocado, lo confieso, porque
había vidrios rotos,
algunas astillas estaban hincadas en mí
delicadamente,
pero no lo sentí porque en esos momentos yo era esas astillas,
esa frágil constancia de mí mismo, esa leve
tortura de atravesar el espejo sin reconocernos,
sin hacer guiños, sin palabra sagrada,
Pero ahora, sin arrepentimiento, sin hablar
de perdón, sin mueca obsesiva, sin sangre obsesiva;
yo señalo esta distancia, este desgarrón
donde el sol de la tarde deja crecer pequeños gusanos de luz,
pequeñas colonias de un poniente en
descomposición, de un alma pintada de cal
por el ocio de su incertidumbre.
Y acepto la evidencia de esta ciudad, de este
reclamo de un amor
todavía no concedido a los hombres,
y veo en mi piel las razas nocturnas, floran
en mi mirada sus primeros refuerzos,
me buscan en el temblor que alguna vez he
sentido,
temblor de aproximaciones…
No, no estaba preparado para convocar el
asalto,
el mundo ha envejecido de súbito,
la noche ha sido preñada por el sol
nuevamente,
las bestezuelas de mis mejores días han roto
sus jaulas y han escapado,
tal vez han ido a morir al desierto,
las aguas donde estuvo escrito mi nombre se
apartan lentamente, ondulando como si un tren
hubiera trepidado sobre los puentes.
He desaparecido de mi propia creación
y volveré a surgir el día que rompa los
vidrios de mi muerte,
pero esta vez no será posible el accidente,
la inocencia del gesto;
no, no será posible romper esos vidrios sin
querer, como un niño jugando con una pelota,
sino de frente y con los puños.
De La hora y el sitio: antología poética / José Carlos Becerra, Gobierno de Estado de Tabasco, 2006, pp. 51-52.