(Bolonia, 1922 - Ostia, Lacio 1975)
POESÍA EN FORMA DE ROSA (FRAGMENTO)
En esas tapias, en esos caminos,
impregnados de extraño perfume,
en la tibieza donde florecían, rojos,
manzanos y cerezos: y su color rojo
era obscuro, como hundido
en un aire de caliente temporal,
un rojo casi marrón, cerezas como ciruelas,
manzanas como prunas, atisbando
entre las brunas, intensas
tramas del follaje calmo, como si la primavera
no tuviera prisa
y gozara en esa tibieza en que alentaba el mundo,
ardiendo, en la vieja esperanza, por una esperanza
nueva.
Y, por encima de todo, el flamear,
el humilde y perezoso flamear
de las banderas rojas. ¡Dios, las hermosas banderas
de los años Cuarenta!
¡Flameando una sobre, otra, en una multitud
de telas pobres, empurpuradas de un rojo verdadero
transparentando la brillante miseria
de los harapos de seda, de los bordados de las familias
obreras
—y con el fuego de las cerezas, de las manzanas,
violáceo
por la humedad, sanguíneo por un poco de sol que lo
hería,
ardiente rojo aglomerado y tembloroso
en la heroica ternura de una estación inmortal!
DESIERTO
Cuando la noche sin dignidad
hace de mi cuerpo una flor lejana,
vosotros, oh Custodios, hacia absurdas ausencias
de espacios sobrevoláis, no sin antes
haber creado en torno un sombrío
desierto desnudo, en el que me quedo solo.
Grupos de estatuas, interiores, secuencias
de rostros, dispersos por aquel suelo
de ultratumba; vestigios elíseos
que incitan en el reo que los visita
terrores equívocos, dulces extensiones.
Libre recorro tal Museo.
Con mi inocencia aplaco los rostros
implacables de los Guardianes y, virgen Orfeo,
río y me aterrorizo como un niño.
En el corazón de este desierto el árido
mármol de la letrina que contemplaba
transformarse en templete en mis viejos sueños
penetré: y había un fuerte torbellino azul
en el pecho ingenuo, la derrotada vergüenza…
No estaba solo, moría de abandono…
Uno se volvió… Siento aún el trueno
de la pistola, el hedor de la cloaca.
La letrina fue templo abierto a vuestras
miradas, que no eran miradas de perdón
ABRO A LA MAÑANA DE UN BLANCO LUNES
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme… en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío…
y se ha truncado… Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
SOBREMESA EN LA REGIÓN DE KAYSERI
Y llegó un domingo en que, después de tanto sol,
las mismas razones que lo hacían feliz.
Razones, es cosa sabida, sin razón.
Quizás el primer segmento
de la curva
inclinada que el sol fatalmente recorre con especial
apatía en tierras extranjeras. Se comienza entonces
a hacer las cuentas con la realidad, como el niño
que en aquella hora lloraba por neurosis.
Alrededor estaba el Apenino, pero, en verdad,
el sol tenía esta misma indiferencia por quien le imploraba.
Seguía su camino, eso es todo. E hileras de álamos
en las orillas de los ríos –aquí y allá–, bajo las colinas cómplices
de la falta de gracia del astro paterno, parecían
en su inmovilidad querer decir tristemente grandes cosas:
precisamente las cosas que el poeta afronta pacientemente de
joven
y sobre las cuales, ya viejo, calla.
CARNE Y CIELO
Oh, amor materno,
doliente, por los oros
de cuerpos invadidos
del secreto de regazos.
Amados movimientos
inconscientes del perfume
impúdico que ríe
en los miembros inocentes.
Pesados fulgores
de cabellos… crueles
negligencias de miradas…
atenciones infieles…
Enervado por llantos
tan suaves vuelvo a casa
con las carnes ardientes
de espléndidas sonrisas.
Y enloquezco en el corazón
nocturno de un día de trabajo
después de mil otras noches
con este impuro ardor.
CERCANA A LOS OJOS Y A LOS CABELLOS SUELTOS
Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos
sobre la frente, tú, pequeña luz,
absorta enrojeces mis papeles.
De adolescente ardía hasta el anochecer
junto a tu demacrada claridad, y eran extraños
los rumores del viento y el canto de los grillos solitarios.
Entonces en las estancias sin memoria
dormían los parientes, y mi hermano,
tras un delgado muro, estaba inmóvil.
Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está
y, sin embargo, iluminas y suspira
el grillo en los campos desiertos;
mi madre se peina ante el espejo,
con un gesto tan antiguo como tu luz,
y piensa en aquel hijo ya sin vida.
AL PRÍNCIPE
Si vuelve el sol, si desciende la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una tarde de lluvia parece volver
de tiempos tan amados y nunca del todo poseídos,
ya no soy feliz al gozarlos o sufrirlos:
no siento ya, frente a mí, toda la vida…
Para ser poetas se necesita mucho tiempo:
horas y horas de soledad son necesarias
para formar algo que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para darle forma al caos.
Poco tiempo me queda: por culpa de la muerte
que me viene al encuentro en mi marchita juventud.
Mas por culpa también de nuestro mundo humano
que le quita el pan a los hombres y a los poetas la paz.
(Poemas recuperados de varias antologias y revista digitales).