CARTA DE AMOR
(Silvia Plath, EE. UU.1932-1963)
No es fácil
expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces
muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin
saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito
siguiendo.
No me moviste un ápice,
tampoco
me dejaste hacia el cielo
alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por
supuesto,
de asir los astros o el azul
con ellos.
No fue eso. Dormí: una
serpiente
como una roca entre las rocas
hiende
el intervalo del invierno
blanco,
cual mis vecinos, nunca
disfrutando
del millón de mejillas
cinceladas
que a cada instante para
fundir se alzan
las mías de basalto. Como
ángeles
que lloran por la gente tonta
hacen
lágrimas que se congelan. Los
muertos
tenían yelmos helados. No les
creo.
Me dormí como un dedo curvo
yace.
Lo primero que vi fue puro
aire
y gotas que se alzaban de un
rocío
límpidas como espíritus. Y
miro
densas y mudas piedras en
torno a mí,
sin comprender. Reluzco y me
deshojo
como mica que a sí misma se
escancie,
igual que un líquido entre
patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no
pienses
que me engañaste, eras
transparente.
Árbol y piedra nítidos, sin
sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz
sonora.
Yo florecía como rama en
marzo:
una pierna y un brazo y otro
brazo.
De piedra a nube iba yo
ascendiendo.
A una especie de dios ya me
asemejo,
hiende el aire la veste de mi
alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.
EL BESO
(Anne Sexton, EE. UU. 1928-1974)
Mi boca florece como una herida.
He estado equivocada todo el año, tediosas
noches, nada sino ásperos codos en ellos
y delicadas cajas de Kleenex, llamando llora bebé
¡llora bebé, tonto!
Antes de ayer mi cuerpo estaba inútil.
Ahora está desgarrándose en sus rincones cuadrados.
Está desgarrando los vestidos de la Vieja Mary, nudo anudo
y mira, ahora está bombardeada con esos eléctricos cerrojos.
¡Zing! ¡Una resurrección!
Una vez fue un bote, bastante madera
y sin trabajo, sin agua salada debajo
y necesitando un poco de pintura. No había más
que un conjunto de tablas. Pero la elevaste, la encordaste.
Ella ha sido elegida.
Mis nervios están encendidos. Los oigo como
instrumentos musicales. Donde había silencio
los tambores, las cuerdas están tocando irremediablemente. Tú hiciste esto.
Puro genio trabajando. Querido, el compositor ha entrado
al fuego.
LA ENAMORADA
(Alejandra Pizarnik, Argentina 1936-1972)
ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
ONCE DE SEPTIEMBRE
(Cristina Peri Rossi, Uruguay 1941-)
El once de septiembre del dos mil uno
mientras las Torres Gemelas caían,
yo estaba haciendo el amor.
El once de septiembre del año dos mil uno
a las tres de la tarde, hora de España,
un avión se estrellaba en Nueva York,
y yo gozaba haciendo el amor.
Los agoreros hablaban del fin de una civilización
pero yo hacía el amor.
Los apocalípticos pronosticaban la guerra santa,
pero yo fornicaba hasta morir
–si hay que morir, que sea de exaltación–.
El once de septiembre del año dos mil uno
un segundo avión se precipitó sobre Nueva York
en el momento justo en que yo caía sobre ti
como un cuerpo lanzado desde el espacio
me precipitaba sobre tus nalgas
nadaba entre tus zumos
aterrizaba en tus entrañas
y vísceras cualesquiera.
Y mientras otro avión volaba sobre Washington
con propósitos siniestros
yo hacía el amor en tierra
–cuatro de la tarde, hora de España–
devoraba tus pechos tu pubis tus flancos
hurí que la vida me ha concedido
sin necesidad de matar a nadie.
Nos amábamos tierna apasionadamente
en el Edén de la cama
–territorio sin banderas, sin fronteras,
sin límites, geografía de sueños,
isla robada a la cotidianidad, a los mapas
al patriarcado y a los derechos hereditarios–
sin escuchar la radio
ni el televisor
sin oír a los vecinos
escuchando sólo nuestros ayes
pero habíamos olvidado apagar el móvil
ese apéndice ortopédico.
Cuando sonó, alguien me dijo: Nueva York se cae
ha comenzado la guerra santa
y yo, babeante de tus zumos interiores
no le hice el menor caso,
desconecté el móvil
miles de muertos, alcancé a oír,
pero yo estaba bien viva,
muy viva fornicando.
“¿Qué ha sido?”, preguntaste,
los senos colgando como ubres hinchadas.
“Creo que Nueva York se hunde”, murmuré,
comiéndome tu lóbulo derecho.
“Es una pena”, contestaste
mientras me chupabas succionabas
mis labios inferiores.
Y no encendimos el televisor
ni la radio el resto del día,
de modo que no tendremos nada que contar
a nuestros descendientes
cuando nos pregunten
qué estábamos haciendo
el once de septiembre del año dos mil uno,
cuando las Torres Gemelas se derrumbaron sobre Nueva York
PROFUNDO AMOR
(Gioconda Belli, Nicaragua 1948-)
Profundo amor
nacido a ras del arcoarco tendido contra lo imposible
tu voz de cueva se extendió en mi cuenco
cabalgaste flechas hasta el mismo centro
El tiempo nos lanzó de lado a lado
trazos redondos surcando paralelos espacios
coincidimos desafiando las leyes deletreadas
infringiendo barreras quebrantadas al tacto
Tiempos feroces no nos devoraron
jugando a niños llegamos a la cópula
llegamos al principio de los vientos
al íntimo recodo del común aposento
Profundo amor compañero de llamas
compañero del agua de ternuras sin nombre
jinete de mis sueños
de mis piernas al alba.