martes, 21 de mayo de 2024

[ROMA] / José Carlos Becerra

Fotografía tomada del INBAL

Un poema extraño que cierra la antología El otoño recorre las islas (1973) de José Carlos Becerra (Villahermosa, 1936-Brindisi, 1970), es sin duda "[Roma]" (pp. 245-246), escrito en la etapa final del poeta, y que suma muchas pretensiones respecto a la configuración de la imagen en el poema que, a su vez interpreta una tendencia cultivada, por la que se le tiene en concepto como poeta de las imágenes, poeta de la mirada, exuberante y recargado al estilo modernista. No obstante, todo esto pertenece a la catalogación de una estilística que dio frutos, de los cuales se espera una crítica que apunte a descifrar e interpretar lo que verdaderamente importa en la vida y obra de un poeta, concretamente en el poema.

Es por eso que, este brevísimo análisis tiene como propósito subrayar la intención poética y vislumbrar posibilidades de lectura, ante un hecho visual como lo es la construcción del paisaje, que se presenta como una revelación de la mirada contemplativa para traer a flote, pensamientos y sentimientos del autor, que los asocia a una experiencia.   

De José Carlos Becerra se ha dicho mucho, por lo que solo precisaré aquí que, en mayo del presente se conmemora el 88 aniversario de su natalicio y 54 aniversario luctuoso (21 y 27 de mayo respectivamente). 

En "[Roma]", como en muchos de sus poemas se nos presenta un paisaje en relación al sujeto lírico que explaya sus ideas, sus visiones y su fuerte apego a una especie de teorización de la imagen. Es esta una inclinación en el poeta, pero también una vía para conectar su poética con lo visual. Además, otra estrategia que prevalece en su forma de poetizar en general, es el uso del intertexto, que se ve aquí con la toma de un verso de Gustavo Adolfo Bécquer ("Rima LIII", 1871), que funciona como puente referencial para conectarnos con una sensación de pérdida, justo uno de los temas más logrados en la poética de Becerra. Una pérdida que se traduce en duelo y fatalidad. Aquí la palabra muerte es solo una seña que se traza para asentar una idea, no de la muerte, sino de la "imagen" que se tiene de la muerte, tema que, es recurrente en las poéticas universales, y que está más que presente en los últimos poemas del autor en su trayecto final a su destino. El viaje del cual ya no se llegarían a culminar sus metas, muy lejos de su entorno en su país de origen.

Disfrutemos este poemas que se cree fue uno de los últimos encontrados en sus notas de viaje, posterior a la identificación de su cuerpo, y que fue tomado por los antologadores (Pacheco y Zaid) para cerrar la colección del libro referido líneas arriba. Lo curioso es que, la última estrofa no cierra como comúnmente se debe, con el punto final, sino con una coma, que propone una pausa, hasta cierto punto, dado el trágico final del poeta, como un suspenso. Algo que no cae todavía, y se mantiene levitando como un cuerpo.

Colección propia, edición 2008



[Roma]

según se ha dicho existen muertos 
menos densos que el aire
 
con lo dicho basta para apreciar 
la fecundidad de la idea de Anaxágoras
 
la teoría postula movimientos que 
(como es sabido)
 
requieren para su realización de una fuerza 
dirigida siempre hacia 
la posición de equilibrio
 
cuando en Roma algo es desechado 
todas sus moléculas adquieren una velocidad suficiente 
para salir a tiempo por la Cloaca Massima 
a que el Tíber o el mar se las coma 
mientras tanto en el Ponte Palatino 
los pescadores aseguran sus anzuelos,
 
de esta imagen cinegética podemos 
deducir las leyes del viaje 
la estructura discontinua de la materia no impide el regreso,
 
volverán las oscuras golondrinas, 
volverán a saludar a los muertos en el fondo de nuestros platos, 
todo regreso es imán 
de la posición de equilibrio,



(Becerra, José Carlos. El otoño recorre las islas, prólogo de Octavio Paz, selección y notas de José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid, Era, México, 1973).

jueves, 9 de mayo de 2024

LUZ Y SOMBRA: EXPLORANDO EL CONTRASTE


















Inauguración de la expo colectiva Luz y sombra: explorando el contraste, en la Galería Andrómeda, (modalidad virtual) 3.20, CDMX.
Transcribo un fragmento del texto de presentación: "... La luz, con su resplandor deslumbrante, simboliza la claridad, la revelación, la verdad. Es el elemento que ilumina los rincones oscuros del alma humana, que disipa las sombras de la ignorancia y nos permite vislumbrar la esencia que reside en lo más recóndito. En el arte, la luz se convierte en el pincel que da vida a la escena, que resalta los detalles y que nos invita a contemplar la realidad con una nueva perspectiva. No obstante, no podemos ignorar la presencia ineludible de la sombra. Si la luz es la protagonista que brilla en el escenario, la sombra es su contraparte enigmática, el eco oscuro que aporta profundidad y textura a la composición. En la oscuridad, encontramos el misterio, lo oculto, lo desconocido. Es en las sombras donde se esconde el potencial sin explorar, donde se gestan los secretos que esperan ser descubiertos." (FA, 2024).




3, de la serie "Ramificaciones", una de las 3 piezas que integran la expo colectiva Luz y sombra: explorando el contraste, en la Galería Andrómeda, (modalidad virtual) 3.20, CDMX.



jueves, 2 de mayo de 2024

RETORNO DE ELECTRA / Enriqueta Ochoa

(Torreón, Coahuila, 1928 - Ciudad de México, 2008)


I

Para poderte hablar
así, de frente,
tuve que echarme toda una vida
a llorar sobre tus huesos.
Tuve que desandar lo caminado
desnudando la piel de mi conciencia.
Para poderte hablar
tuve que volver a llenarme de aire
los pulmones.
Y cuidar que no se me encogieran las palabras,
el corazón, los ojos,
porque aún se me deshacen de agua
si te nombro.
Ya me creció la voz. Padre, patriarca,
viejo de barba azul y ojos de plomo.
Ya te puedo contar lo que ha pasado
desde que te fuiste.
Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos.
No me atreví a buscar
porque no habría
un roble con tu sombra y tu medida
que me cubriera de la llaga de sol en mi verano.
Uní la sangre que me diste a otra sangre.
Malherida,
borré la sombra del sexo entre los hombres
y me quedé vacía, a la intemperie.
Y no pude decir
hasta que se hizo carne de mi carne el amor
lo que era hallar la propia sombra, entregándose.
Después quise ubicarte en mí, te pesé,
te ultrajé, te lloré, medí tus actos,
di vuelta atrás,
y volví a caminar lo desandado.
Por eso puedo hablarte ahora, así,
porque entendí tu medida de gigante.


II

No podemos hacer nada con un muerto, padre.
Se suda sangre,
se retuerce el aullido tirado sobre las tumbas
en un charco de culpa.
Padre,
yo soy Pedro y Santiago,
el sable que doblado de sueño castró su espíritu
en tu oración del huerto.
Yo soy el viscoso miedo de Pedro que se escurrió
en la sombra a la hora de tus merecimientos.
Soy el martillo cayendo sobre tus clavos,
el aire que no asistió al pulmón en agonía.
Soy la que no compartió
el dolor anticipado que se enclaustró
a devorar su miedo,
la hendidura irresponsable,
la desbandada de apóstoles.
Soy este pozo de noche en que se hunde la conciencia.
Di, ¿qué se hace con un muerto, padre?
Di, ¿cómo lavo estas llagas
si todo queda inscrito en el tiempo
y todo tiempo es memoria?


III

Colgábamos de ti
como del racimo la uva.
Cuando la muerte
reblandeció el cogollo de tu fuerza,
presentimos el vértigo de altura y la caída.
Uno a uno,
en relación directa a la pesantez de tu esencia,
descendimos.
Bajo anónimas pisadas me vi saltar la pulpa,
sorprendida.
Y no era orgía de vendimia
ni enervación de culto.
Fue ser la sangre a la sed de todos los caminos,
dejar la piel desprendida
entre un enjambre de alambradas.
Ahora,
para afirmar la talla
con que tu amor me hizo
sólo queda una espina:
la palabra.

 

IV

Perdón, hermanos,
porque no alcanzo a verlos
ahogada como estoy en mi hoyo
de pequeñas miserias.
¡Mentira que deseo morir!
Antes quisiera conocerlos
sin mi lente deforme.
Quizá los amaría tanto
o más de lo que estoy amando
a mi lastre de lágrimas
en este viaje de niebla.

 

V

Padre,
no puedo amar a nadie.
A nada que no sea este fuego
de sucia conmiseración
en que se consume mi lengua.
Quiero otro aire.
Otro paisaje que no sean los muros de mi cuerpo.
Emparedada, desconozco el resplandor del centro
y la desnudez de la periferia.
Voy a abrir brecha hacia los dos caminos
y quizá quede atrás
la trampa de la vieja noria.


(De Retorno de Electra, SEP. Lecturas mexicanas, segunda serie, no. 72, 1987).